Cuando comencé a trabajar en la farmacia, algo me llamó profundamente la atención: muchas personas entraban con una receta y, poco a poco, con los años, se iban convirtiendo en enfermos crónicos. Empezaban con un tratamiento y, en lugar de recuperar del todo la salud, se iban sumando más y más medicamentos. Esa experiencia me hizo reflexionar: ¿realmente la medicina está ayudando a sanar, o simplemente está frenando los síntomas sin llegar al origen del problema?

Con el tiempo descubrí la importancia de la medicina integrativa, que no pretende sustituir la medicina convencional, sino ampliarla. Porque la clave no está solo en tratar la enfermedad cuando aparece, sino en aprender a conservar la salud antes de perderla.

La salud no depende de una sola cosa. Es un equilibrio delicado en el que influyen lo que comemos, el ejercicio que hacemos, la calidad de nuestro sueño, cómo gestionamos las emociones, el entorno en el que vivimos, el estrés y hasta la contaminación que nos rodea. Cuando descuidamos estos aspectos, el cuerpo empieza a perder ese equilibrio y se abre la puerta a la enfermedad, ya sea porque un virus o una bacteria nos afectan desde fuera, o porque nuestras propias células dejan de funcionar de manera correcta desde dentro.

Hoy en día disponemos de medicamentos muy eficaces que eliminan los síntomas rápidamente, pero a veces olvidamos que el síntoma es un aviso del cuerpo. Si solo lo apagamos con una pastilla, corremos el riesgo de cronificar el problema sin llegar nunca a la raíz.

Por eso creo que es fundamental un cambio de enfoque: tomar las riendas de nuestra salud. Esto significa revisar nuestro modo de vida y, si es necesario, desandar el camino que nos llevó hasta la enfermedad. No se trata de una receta mágica, sino de recuperar los pilares básicos que sostienen nuestro bienestar:
1. Alimentación equilibrada, que nutra y dé energía a nuestras células.
2. Ejercicio físico regular, adaptado a cada persona.
3. Gestión de las emociones y del estrés, porque lo que sentimos también se refleja en nuestro cuerpo.
4. Un buen descanso, con una higiene del sueño que nos permita reparar y recargar energías.

Al final, la mejor medicina es la prevención, y eso pasa por fortalecer nuestra salud cada día, desde lo más sencillo y cotidiano. Porque cuando aprendemos a cuidar nuestro cuerpo de forma integral, no solo evitamos enfermedades, sino que ganamos calidad de vida.